Mónica Tobón es la autora de Fluir. El arte del malabarismo. En éste, a través de numerosos textos organizados en grandes cartas a modo de oráculo, nos lleva a un precioso viaje interior danzado entre palabras que susurran la voz poética del espíritu.
El fragmento de esta cita-postal es de la carta Caperucita, allí
se reinventa el cuento que desde niñxs escuchamos.
Ver con otros ojos para verte de verdad. Escuchar con otros oídos para
escucharte de verdad. Contar otros cuentos para salir de viejos paradigmas que
aún nos atrapan. Contar narrativas más allá de la jerarquía y el binario
víctima-victimario.
Que ojalá estemos a la altura de un tiempo que nos pide imaginación amorosa y
creatividad sagrada en el descenso de las estructuras caducas y ante el
nacimiento de las nuevas, aquellas que ya seguiremos viendo florecer.
Aquí va el cuento completo.
«CAPERUCITA
Una versión del infinito
La última en darse cuenta de que algo extraño sucedía fue la abuelita, como siempre. Llevaba demasiados siglos acostada en su cama de colcha blanca, con su gorrito y ese libro enorme que ya sabía de memoria. Todos los domingos, y todos los días eran domingos, era igual: llegaba el Lobo agitado y pícaro, ella gritaba y él con bocados lentos y estudiados se la comía. Realmente la metía en un gran armario donde ella se moría de frío y de hartera mientras sus huesos crujían. En el armario se volvía a dormir y esperaba la llegada del cazador que al fin la sacaba. Ese día fue igual, después de dejarla en el armario, el Lobo se puso el gorrito y las gafas y se metió bajo la colcha blanca, mirando el libro sin leerlo, esperando en silencio. Pensaba que hubiera preferido danzar a este trabajo rutinario, pero era un lobo peludo y le tocaba comer abuelitas y asustar niñas. Cuando entró Caperucita sonó la misma música de fondo, los mismos cambios de luz, sombras cayendo, tambores, ella con su canastica. Con su rostro inocente se le acercó y cuando ya iba a empezar sus estúpidas preguntas, se quedó mirándolo a los ojos profundamente, muy callada. La mirada tendió un haz de luz entre ambos, era la primera vez que sucedía. Mientras tanto el ambiente se volvía tenso. ¿Se le olvidaría el texto? Ella fue despertando de su sueño de muñeca, él del suyo de monstruo. Por primera vez se vieron. Y Caperucita en lugar de preguntarle: ¿y por qué tienes esa boca tan grande?, lo abrazó y recorrió el pelaje negro con su mano rosadita, lentamente, dibujándolo. Todo oscureció, la música calló, se cansaron de esperar que alguno dijera algo. En medio de un silencio sacro Caperucita y el Lobo estaban rompiendo una cadena de eternos desencuentros. Ella se fue volviendo más grande y fuerte, el lobo se sentía más y más ligero. Ella sintió que no le temía al bosque y él que podía danzar. Todo se volvió ámbar poblado de un silencio que sólo se rompió cuando algo, como un cristal, estalló en el armario y desapareció. Se separaron sonriendo sin necesidad que un cuchillo abriera las entrañas del lobo. El cazador que llegaba presto a actuar su parte no entendió nada.»
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